martes, 6 de febrero de 2007

SIN PALABRAS

Así me quedo pocas veces. Menos de las que serían convenientes. En esta perra vida unos tanto y otros tan poco, unas veces tanta saliva gastada y otras tan tan tan poquita...

Con las cuatro palabras que me restan, dos ideas y una neurona voy a intentar vomitar lo que socialmente callaré por sentirme un ser básicamente asocial y plenamente gazmoñil -criaturita, se lo ha comido todo casi sin pestañear- en este día.

Odio el silencio. Me mortifica. Es el peor castigo de los que mi padre aplicaba conmigo. Cuando alguien no te habla significa, no puede ser de otra manera, que no existes. Me jode no sólo porque me condena a ser un fantasma sino porque no me da opción a reivindicar mi esencia comunicativa. Me da rabia porque la guerra de las no-palabras me hizo ver, en su día, que quien la aplica tiene poca o ninguna intención de intercambiar impresiones y llegar a un acuerdo. Mi padre se convertía en un ser irracional que no aceptaba la posibilidad de estar implicado, ni siquiera mínimamente, en la situación. La culpa era toda mía. Yo había hecho algo mal o muy mal, incorrecto o, la mayor parte de las veces, diferente a lo que él esperaba de mí. Yo no era, ni soy, adivina así que me fastidiaba más todavía encontrarme en una guerra silenciosa en la que no sabía de qué modo había entrado. Simple, sí, cortita, también. Humana. No creo en la culpa sino en la responsabilidad. No acepto castigos. Sólo los que yo me impongo. Y hasta para esos necesito una gran conversación conmigo misma.

Odio las lágrimas. Mi padre también tiene mucho que ver con esto. Cuando me veía sollozar simpre lo atribuía a la debilidad de mi carácter. Con los años he descubierto que no es así. No soporto ver llorar a nadie. Se me rompe el alma. Cuando unos ojos se cubren de nubes pienso que esa persona se ha reprimido tanto que no tiene otra manera de sacar su dolor. En su forma líquida la pena me parece más triste aún. Se diluyen las ideas, la esperanza, la realidad... y sólo se siente vacío. Te encuentras como un despojo humano, incapaz de coordinar, falto de impulsos externos -muchas veces insensible a ellos-, hecho una piltrafilla. Como todo caracol que se precie sólo necesito un poco de sol y lluvia. A partes iguales.

Esta noche toca lluvia. A solas, y a oscuras, se aprecia mejor. Aunque sea metafísica.

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