jueves, 22 de febrero de 2018

MALO


Mi sobrino caga mientras vomita. Su abuela, mi madre, hace lo mismo en el otro baño. Mi sobrina ya está recuperándose y pone banda sonora a este momento cantando "La lluna, la pruna" con coreografía rockera. 

Mi padre, mi cuñado y mi hermana están físicamente en el trabajo pero mentalmente aquí y me lo hacen saber fundiéndome a whatsapps. 

Paseo el termómetro de axila en axila, administro Dalsy (acordándome de quien le puso el nombre), vacío el cubo, corto trocitos de pollo a la plancha, rasco granos de arroz hervido de varios jerseys y pantalones, dibujo y contesto al móvil al mismo tiempo, aprendo cómo funciona una tv (cuáles son los dibujos chulos chulos y quién es Lady Bug), quito mocos, pongo crema, descubro el suero, cancelo planes para mañana, doy masajes en la barriga, peino y me peinan (la Zoe pretende hacerme una trenza = dolor), escucho en loop «tengo hambre/tengo frío/tápame bien/tengo sed/tengo sueño/me duele la barriga» en versión con y sin lágrimas, a veces de verdad, otras con la voz del monstruo del miedo. 


Llega mi padre a coger el relevo y tarda cero coma en convencer a la Zoe de que tiene que dormirse de una vez, que es muy tarde, hombre ya. Y lo hace, claro. Ese es su poder y sabe usarlo. Me voy tranquila a coger el metro. Tecleo todo esto entre la L9, la L1 y la L2. 








Conclusión:

Estar mal@ es un rollo. Hacer de enfermera es algo angustioso y frustrante, dos rollos. Las matemáticas dirían que es peor lo segundo pero no.

¡Googly, googly, googly!