lunes, 5 de diciembre de 2011

MURMULLO




Atardece cada día pero no lo veo, por eso pienso que no es verdad, por eso creo que algunos lunes son noche segundo a segundo.


Atardeció ayer cuando yo estaba en Wellington y nos enamoramos de una sartén colgada en la pared de una casa abandonada. Las paredes de esa cocina estaban mucho más blancas que las mías, decían que había vivido alguien allí hasta hace unos días. El edificio no solo no parecía estar en ruinas, sino que daban ganas de mudarse y empezar una de esas vidas paradisíacas en las que los elefantes te despiertan por las mañanas, los monos te saludan al pasar y los balidos te acompañan en tu quehacer tranquilo, tranquilamente, sin reformas.


Ha llegado el atardecer y me ha pillado mirando el mar, que estaba aparentemente calmado pero murmullaba cosas del cielo nublado de esta tarde. ¿Sabes ese azul que simula ser un accidente?



En cualquier momento vas a ponerte a llorar... Espero que no sea una de esas veces en las que quieres llorar y no puedes y acabas lanzando bolas de nieve -que pican un montón cuando te dan-, de esas en las que maldices murmurando y tienes pesadillas murmurantes y se te escurren las excusas murmuradoras -y esas son como un pellizco de monja, duelen mazo después de un rato- de esas que clavas tu tenedor en el pastel y está helado y no hay manera de meterle un muerdo porque congelado no sabe a nada.




Los murmullos son indescifrables. Es como eso de que las avispas tienen cara y se reconocen... A mí me da que ponemos en ellos lo peor, todos los miedos, todas las fobias, toda la mierda... Y por eso nos aterran. Si nos diera igual quién dice qué o qué dice quién.... otro azul nos cantaría.













"¿Cuántas veces te he oído respirar por debajo del murmullo de la vida? Y quién me iba a decir que mañana también podría escucharte del aire volver..." Pájaro, Egon Soda.

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