sábado, 6 de diciembre de 2008

A VUELTAS CON EL PASADO I






Compartir casa, como todo el mundo sabe, es algo difícil. Adam pasaba poco tiempo en ella, sólo para dormir o cuando no tenía dinero para ir al cine o a un restaurante y alquilaba una pizza o comía una película fría, eterno en su despiste.

Cuando entraba al recibidor buscaba a tientas con la mano derecha el interruptor de la luz que se encontraba a su izquierda y maldecía, invariablemente, por el frío o el calor que le esperaba. Holaaaa, decía mirando al suelo. Hacía un reconocimiento meticuloso por todas las habitaciones, buscando indicios de un robo, o de algún pequeño olvido propio, reprendiéndose en silencio por no haber cerrado del todo el grifo del lavabo, o por no haber abierto las ventanas durante el día, o por haber dejado la lavadora encendida, o por no haber hecho la cama. Algunas noches, demasiado cansado como para preparar algo de comida, se sentaba en el único mueble del recibidor -un baúl- y observaba cómo las bolas de pelusa más atrevidas corrían a los ángulos sombríos donde las esperaba el resto de su familia, a cenar, suponía. En ocasiones contadas cocinaba algo, muy laborioso y muy calórico, y sonreía pelando patatas y limpiando puerros, pensando que todos esos minúsculos restos de comida que quedaban en el suelo serían todo un festín para sus amigas las bolas de pelusa y se las imaginaba llegando a casa, bajo la cama o bajo un sofá, fatigadas de haber recorrido el largo pasillo, el lavabo, el dormitorio, la habitación de los trastos viejos... pero contentas con su hallazgo, sabiendo que alguien cuidaba de ellas, una entidad poderosa y generosa que jamás las abandonaría. Siempre le entraba sueño después de las comidas pero le resultaba difícil dormir porque las escuchaba moverse, rodando, detrás de la puerta, silbando felizmente, hablando de hacer reformas. Por norma general evitaban encontrarse y, cuando lo hacían, se miraban fijamente un instante, con simpatía, hasta que Adam o la bola de pelusa, seguía su camino hasta encontrar una esquina en la que descansar.

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