domingo, 8 de abril de 2012

BALLENO



En los primeros años la llamaban Pescadilla y se sentía Sardina. Se entendía bien con el resto de fauna marina. No encontró a Nemo, pero casi.


Más tarde se imaginó águila real y acabó admitiendo que no pasaba de gorrión voraz y atento. Las aves del paraíso piaban a su paso. Las del infierno graznaban al notar su presencia. Todos tenían pico así que, peor o mejor, se entendían.


En la siguiente fase las transformaciones se sucedían sin control, a lo loco: caballo, perro, gato, hormiga, cucaracha, sanguijuela, burro, tiburón, mula, luciérnaga, libélula, mariposa, galgo atemorizado, angula diminuta, esturión escalando hacia el origen del río.


Se paró en ballena. Imaginaba su volumen atravesando océanos, pacífico, lentitud enorme que nadaba pausadamente buscando alimento -armada de cien mil cepillos Colgate por dientes-y calor familiar -por aquello de conservar su instinto mamífero-. Pensaba que por fin hablaba balleno con fluidez cuando descubrió que la incomprensión no venía dada por su falta de dominio en el idioma, sino porque era beluga: mitad ballena, mitad delfín. Desazón. ¿Quién sabe algo de belugas? Aunque su público es otro, sigue hablando balleno. Lo achaca a las costumbre pero esto es como nacer en España y pronunciar correctamente en inglés los nombres de los grupos "extranjeros". La peña, o se ríe por su hablar raro o siente pena por la beluga que no se reconoce en el espejo. Y no hay cosa peor que sentir pena por otro, especialmente por una beluga. Mogollón de anzuelos igualmente.


Dejamos a la beluga en un océano repleto de ballenas y delfines que son afines pero no son belugas, de Nemos perdidos, de tiburones, de pulpos que adivinan el futuro, de medusas preciosas pero mortíferas, de corales venenosos, de cangrejos albinos...




"Historia de una beluga que sabía hablar balleno"

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