sábado, 2 de agosto de 2014

IAN y la felicidad



Este sábado lo hemos pasado caseando y playeando. Ha sido bonito jugar contigo a saltar las olas para que no nos comieran los pies, curiosear qué pasa al otro lado de la puerta cuando la cierras y observas por la mirilla, practicar cómo hay que cerrar la boca cuando viene una ola grande, oler las verduras de plástico y cocinarlas de mentirijilla pero con mucho cuidado, hacer anillos de plastilina y regalárselos a tus papás, poner voces para imitarnos mientras nos partimos de risa, hablar muy flojito y decir tonterías, salir al balcón, pasear en triciclo por él, determinar mientras tanto si iba a llover o no sabiendo, ya de antemano, que daba igual, que es lo de menos.

El 95% del tiempo que paso contigo constato que eres feliz. Muy feliz. Se te nota cuando vamos haciendo el trenecito hasta la ducha, desparramando el agua salada de tu cubito de playa entre unos y otros, devolviendo a su sitio la ficha que hemos rescatado de debajo del armario de la tele (quién sabe cómo llegó ahí...), enfilando hacia la siesta en tu cama grande cogido de mi mano, metiéndote vegetales de trola en el calzoncillo (esto no lo haremos más, vale? culpa mía), lavándote las manos en el bidet y jugando con la espuma...

El Ian adulto que lee esto quizá ya se ha olvidado de lo feliz que se puede ser con cosas minúsculas. Ojalá no. A mí se me había olvidado que era facilísimo, pero ahora ya me he acordado, NiñoBúho. Prometo que yo te lo recordaré cuando te haga falta.


Hoy me has contado un secreto importantísimo y eso sin que sepas qué coño es un secreto. Yo te explicaré, poco a poco, de qué va el tema. Vamos a darnos un tiempín para procesar información, no vamos a adelantar historias porque, fíjate, hoy parecía que iba a llover y, al final, he vuelto como un cangrejito a casa.


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