domingo, 6 de diciembre de 2009

EL LABERINTO




Nos sentimos como ratones a veces. Buscamos la esquina precisa por la que doblar sin defraudar al mundo ni a nosotros mismos a cada dos pasos. También la recompensa y el castigo. Si hago algo mal que me llegue una descarga, si acierto en este quiebro que me encuentre la manzana.


No somos ratones. Eso no nos libra del laberinto. Ni de los experimentos. Algunos científicos ni siquiera visten bata blanca. Muchos de los aspirantes a jefes del laberinto ni siquiera apagan su cigarro antes de empezar a ponernos pruebas.


Nos comportamos como ratones. Husmeamos el aire en busca de peligro, de confianza. Avanzamos rápido pero a pasos cortos, de ahí que volvamos sobre nuestras huellas hasta aprender el camino. Ninguno de nosotros tiene la suficiente inteligencia como para asumir que de este paso pende el resto de vida, corta o larga. Como ratones todos buscamos lo mismo, la recompensa, la comida, el abrazo. Ninguno se plantea de dónde viene esa descarga positiva o negativa que llega a nuestro cerebro. La aceptamos. Sin más. La aceptamos. Y así nos va.


El ratón tiene que entrar muchas veces en un callejón sin salida o en una callejuela con salida a la descarga eléctrica, para memorizar que la derecha no es una buena opción en principio y seguir callejeando, sobreviviendo, hasta llegar al final del laberinto.


Y tampoco cruzar la meta nos libera de todo lo que dejamos por el camino.

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