jueves, 4 de marzo de 2010

PERRACA







A la vuelta, con el Sr. Silbidos poniéndome la cabeza a mil y la Sra. Con Ganas de Hablar que debe tener uno de esos móviles con batería autónoma para 500 horas, en el primer bus de la noche. Sube un hombre engominado que prueba los tres asientos pegados a los únicos tres pasajeros murmurando entre dientes por el poco espacio que tienen él y sus compras de primeros de mes y caprichitos varios. Bajo antes de parada porque sus suspiros airados y sus miradas ladeadas buscando culpables por la cruz de vida que le ha tocado en suerte me están minando la poca paciencia que me queda ya a estas horas.



Segundo bus de la noche. Pico la tarjeta y no funciona. La pruebo en la máquina de al lado y tampoco. Me acerco al autobusero que está conduciendo:

- Buenas noches, perdone, la tarjeta no funciona... y acabo de bajar del 7 y funcionaba.

Me ignora el tiempo suficiente para considerar adecuada la opción de pasar sin picar. Llega a la siguiente parada y, conforme abre las puertas, extiende una mano al vacío que interpreto como una señal. Le doy la T-10. Suben 4 personas. Una toma cual bastilla la máquina de la derecha. La segunda pasa taconeando y suda de picar. La tercera se abraza a la máquina mientras abre el bolso. La cuarta nos mira a todos como desde lejos, desde el rencor, justo detrás mío. Paramos en un semáforo.

El autobusero me devuelve la tarjeta y me grita que la pique en la máquina libre y que, si no funciona, pruebe también en la otra. La rencorosa situada a mi espalda no se mueve así que lo hago yo, situándome en el lado opuesto por si estuviera esperando para comprar un billete. Vuelve a pitar la maquinita. A estas alturas la tercera señora ya ha gastado su tarjeta picando por ella y por todas sus compañeras ausentes y libera el otro artefacto. El autobús frena repentinamente y me agarro a lo más cercano, la barra libre del artefacto nº2. Cuando consigo recuperar el equilibrio, un segundo más tarde, oigo a mi espalda una vocecilla:

- Sí, claro, ahora cuélate que ya espero yo a que termines de probar todas las máquinas.

- Señora, ¿qué rebuzna?

Y ni lo que he respondido es demasiado ofensivo ni he dicho palabrotas pero me ha salido de tan adentro y la he mirado tan mal que me ha dado hasta vergüenza. He vuelto al conductor que, no sé por qué, esta vez sí me ha tomado en serio, y me ha dado una tarjeta nueva. Avanzando por el pasillo me doy cuenta de que hay 4 ó 5 asientos ocupados en todo el puto bus y de que la burra maleducada y con prisas del enganchón me sigue mirando altiva. Me acerco y me siento a su lado.

- No había asientos, ¿no? Pues ná, buen viaje.


Coloco el mochilón en mi "regazo" y abro un periódico. A la tercera parada intenta levantarse. Remoloneo. Me demoro en la recogida de mis enseres antes de sentarme de lado y mirar al infinito como tan bien me han enseñado a hacer las abuelas que no quieren levantarse y pretenden que levites o que adelgaces hasta conseguir la talla infantil para colarte por el hueco que dejan sus abrigos de pieles, joyones y bolsos extra-grande, o sus bolsas de plástico, paraguas y lorzas.


- Bajo en esta.

- Ah, ¿sí? Pasa, pasa... Y sigue remugando.


Esta soy yo. Ahora. Echa una perraca con malas pulgas. Esto no puede ser bueno pal Karma ese.

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