martes, 23 de marzo de 2010

GALÍNDEZ

- Creo saber lo que quiero. Pero no lo sé del todo.

- Quiere prohijar a Galíndez y amamantarle con sus pechos.

- Calla, Ricardo, cojones.

Y todos se ríen porque te ha salido la palabra cojones más desgarrada de lo que es, como si al pronunciar la jota te hubieran arrancado la piel de la garganta.

- Quiero saber... Tal vez, por qué se la jugó.

- ¿Y eso es lo que quieres saber? Mira, bonita, yo soy medio vasco, no lo olvides, y conozco el paño. Aquí hay mucho espíritu de apuesta, hay apuestas hasta entre comedores de cazuelas de alubias, ¿no es verdad, tía? Y para ese señorito que tanto te obsesiona la guerra fue una apuesta, la postguerra otra y pasarse por los cojones, con perdón, a Trujillo y a la madre que lo parió, pues otra apuesta.

- No es tan sencillo, sobrino. ¿Por qué me he jugado yo el tipo toda mi vida? ¿Por apuesta? ¿Por chulería? Hay muchos códigos, no sólo el penal y en un momento de tu vida te haces un código para ti, o muy sencillo o muy complicado y ya para siempre vivirás pendiente de ese código, respetándolo o saltándotelo a la torera, pero ahí está el código, como un fantasma, pero como un fantasma que existe, que está ahí.

- Y en nombre de este código están justificados tus sufrimientos y tus sacrificios, pero también los de los demás. Eso es lo que me jode de los que te pasan por las narices aquellos tiempos de la guerra y la postguerra llena de héroes de una pieza. Eran como bloques de granito. Nada les hacía mella, pero pobre de aquel al que le caía el bloque encima. Morían por su código pero mataban por su código y todo estaba justificado en nombre del código. Prefiero a la gente que se apunta el código de cada día en la agenda y al día siguiente cambian de página y no se acuerdan del código del día anterior.

- Con esa filosofía, sobrino, sólo se vive al día y no hay esperanza de cambiar nada, de mejorar colectivamente.

- Las cosas cambian solas, muy lentamente y lo más que puedes hacer es darles un pequeño empujoncito para que caigan en su hoyo, eso es, el hoyo, como en esa jugada de golf, cuando basta darle a la pelotita suavemente y pum, se mete conformadita y tranquilita en el hoyo...

- Pero algo o alguien ha llevado la pelota hasta ahí.

- A mí lo que me chifa es empujar la pelotita, darle el último golpe, ¿no es verdad, bonita?


"Galíndez", Manuel Vázquez Montalbán, pág. 36, Círculo de Lectores, 1991.



Dos tipos de personas. Dos pensamientos. Quiniela para hoy. ¿En los chinos hay pelotas de golf?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Perdone mi ignorancia pero,
el nombre del libro es ese?
Galindez?
Tiene algo que ver con extraños sueños de niños enanos?