sábado, 23 de diciembre de 2006

FOBIAS

1. Las avispas.
Estaba revisando unas fotos de hace muchos años y he encontrado esta. Javi y yo estábamos en Serrejón. La casa de sus padres tenía una terraza que daba al campo infinito en el que pastaban las vacas. En las tejas de la caseta de las herramientas las avispas tenían montado un aeropuerto. El primer día, inocente yo, salí en bolas a tomar el sol y me encontré con el percal. Seguían unas líneas invisibles en su vuelo y todas, más o menos, pasaban cerca de mi cabeza. Por la tarde, cuando está anocheciendo, las avispas se vuelven torponas, vuelan más lento, salen menos, están como dormidas.

Yo tomaba el sol del atardecer. Una tarde-noche oímos ruido en la casa de al lado. Los tíos de Javi llegaban de vacaciones. Me puse un pareo lo más rápido que pude y me asomé a su terraza para saludar. El señor regaba las plantas y su hijo nos observaba con curiosidad. En algún momento nos invitaron a tomar una cerveza en su patio. Al llegar vimos cómo inundaba un agujero en el que, según nos explicó, había bichos. El orificio estaba en la base del árbol en el que se apoyaba el hombre a la espera de su cervecita. Me fijé en sus manos (como siempre) y vi un lunar extraño... que se movía. Empecé aponerme nerviosa. De repente noté algo en el pelo. Lo llevaba recogido en una trenza que me llegaba hasta el culo por lo que era fácil deducir que no era la brisa metiéndose en él. El bicho escarbaba, se iba introduciendo poco a poco en la maraña, avanzando en dirección a mi nuca. Levanté la mano. Ya todos me miraban.

- Tengo algo en el pelo.... AAhhhh!!!!

La avispa me mordió en el dedo. La tía de Javi, encantadora, me echó un flis y roció al bicho también. Lo pisoteé cuando cayó al suelo. Imagino mi cara descompuesta al salir corriendo. Recuerdo las caras de los lugareños al verme salir a la calle desnuda, sacudiendo mi pareo azul, pidiéndole a Javi, que venía a socorrerme, que me deshiciera la trenza... Bochornoso, indigno. Las fobias tienen este poder. Javi pensó que restauraría mi honor y curaría mi fobia cazando avispas...

Mi padre, ese hombre que sólo teme no tener nietos y que yo sea lesbiana, intentó lo mismo en mi infancia. Cuando íbamos a la piscina capturaba avispas y las sometía al tercer grado. Les arrancaba las alas y el aguijón y las dejaba en un bote de cristal. Cuando yo llegaba del bañito me las ponía en el brazo, animándome a superar mi trauma.

Sin duda, visto lo visto, lo agravó. Aún me acuerdo de un día en que se metió una en el coche y yo salté a su asiento. Echó el freno de mano y me bajó. Esperé un rato en la carretera hasta que volvió a buscarme. "Tienes que superar tus miedos... aún está dentro así que si quieres venir, te subes y la matas". Y lo hice.

2. Las cucarachas. Un día que entró una cucaracha en mi otra casa y llamé al pater para que viniera a salvarme. "Tú eres mucho más grande que ella, ¡mírala! ¡¡¡es ella la que tiene miedo!!!" Y Javi estaba en el trabajo y eran las mil de la noche y yo no podía irme a dormir pensando que iba a dejar sus santos huevos repartidos en mi casa... Y la machaqué con un periódico. Pensé que lo había superado pero...

-¿Qué hora debe ser?
-Te lo he dicho... las nueve y pico.
-¿Tienes hambre?
-No, pero llevamos todo el día sin comer... debes estar muerta...
-Ahora solo estoy cansada... ¿qué vas a hacer?
- No sé, ¿y tú? ¿vas a quedar?
- No. Soy incapaz de salir de la cama... Puedes quedarte esta noche si quieres... Es tu teléfono.
- ¿Sí? ¿Qué tal? Estoy con una amiga... sí... en un rato voy a buscarte... Claro... ok... Hey... me voy a duchar y me voy... ¿vale?
- Ahá- me abracé a él y escondí la cabeza debajo de la almohada.

Teléfono

- Joder...
- Yeee... Sí, tío, me he dormido... No sé, ¿nos vemos el lunes? Mierda, tienes razón. Bueno, no sé. Te llamo. Ciao, ciao. Mmmmmm... ¿puedo ducharme?
- Sí...
- ¿Quieres ir a cenar algo?
- Quiero dormir mil horas...

Un cuatro bajo las sábanas. La puerta del balcón abierta permite que el aire respirado durante casi un día entero salga y sea restituido por olor a lluvia limpia y fesca. Noto una carícia en el hombro. Extiendo el brazo buscándolo. Sonrío. Después de diez años de hambre recupera el tiempo perdido. La ausencia de ronquidos hace que vaya recuperando también la conciencia. Cuatro horas y vuelta a empezar, imagino.
Un consquilleo en el pie y un zumbido.
Abro los ojos.
No está.
Enciendo la luz y veo una cucaracha gigante correr entre las sábanas.
Doy un salto y se unen mis gritos a los del bicho que intenta escalar la puerta agitando algo que parecen alas y que doblan su tamaño. Salgo al pasillo con el corazón el boca, aguantando la respiración. Vuelvo a entrar y cojo unas zapatillas y el móvil. Camino hacia el comedor temiendo escuhar un crujido bajo mis pies y deseándolo al mismo tiempo. Me sacudo el pelo. Si tengo un bicho de esos encima me da un infarto. Pico a la puerta de una de mis compañeras. Nadie responde. Miro el móvil. Las cinco menos cuarto de la madrugada. Recorro el pasillo armada de un flis y una fregona. En la puerta entreabierta de mi habitación me paro y escucho atentamente. No pican ni muerden. Machácala y vuelve a dormir. ¿Cuánto ruido puede hacer una sola bicha de estas? ¿Habrá entrado otra? Si hay una puede haber más... Joder, joder, joder... Asomo la cabeza y disparo. La oigo revolverse. Se me eriza la piel.
Insisto en llamar a alguien y pedir ayuda. M sale con los ojos medio abiertos, va a la habitación conmigo y sentencia. "No vas a poder dormir aquí, apesta, así que vete al cuarto de invitados. Mañana la buscas y la matas" Me disculpo sabiendo que la única que me escucha es la cucaracha. Si le hubiera dicho que había un tigre habría reaccionado igual. En el camastro, tras inspeccionar a conciencia paredes, suelos, rincones y muebles, imagino que por la mañana habrá millones de pequeños bichos moviéndose a su aire. Territorio conquistado. Consigo quedarme dormida pero me despierto cada vez que mi piel roza algo.
Unas horas más tarde. Moño deshecho, ojeras, cuerpo desnudo con marcas de sábanas. Ni un ápice de dignidad. Me envuelvo en una toalla. En la puerta entornada escucho. La detecto rápido, en una esquina, bocarriba, con mil patas cruzadas. Me acerco cautelosa, sin dejar de mirar sus bigotes, más largos que todo su cuerpo. Quizá esté dormida...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues a mí lo que me da fobia son las palabras rellenasilencios. ¿Me entiendes? Cuando uno dice algo estúpido (nos vemos, qué bueno, ya falta menos...) por no decir algo más grave: te pires, te vayan dando, te quiero..