lunes, 26 de octubre de 2015

Reflejar el eco






Le enseño a mi sobrino Ian cómo hacer un 1. Esto viene a ser: lo dibujo con todo el cariño, con sus tres puntos, muevo la tiza entrelazando los puntitos para que aprenda, repito el rollo varias veces en su pizarra. - ¡Nooo! ¡Es mentira! !No es un 1! ¡Es una ducha!", me suelta. Y tiene razón. Y me la como y ahí la llevo, por lista.


Así todo. Reproche en bucle porque no soy madre, no soy jefa, no soy ídolo de masas, no soy una enciclopedia andante, no soy la hija perfecta, no soy el puto Google Translator de los cojones, no soy la nuera deseada, no soy un millón de cosas que -hoy- parecen mega importantes para el mundo. Y no lo son. No para mí.


Acumulo desencantos. No espero irme a dormir entre aplausos, no quisiera tener fans haciéndome pasillo, coreando mi nombre, lánzandome ropa interior... pero ando casi en el extremo opuesto. No hace falta, de verdad, lo hago con gusto. Nada me pone más que hacer de saco de boxeo para que luchéis contra todos vuestros traumas. De nada.


Pasan los días y se crecen los enanos, o algo así. Pues eso, que -hablando mal y pronto- los días y los enanos me podéis comer el ñoco. Ya lo he dicho. Venga, andad por lo segao.


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