viernes, 20 de septiembre de 2013

EL LUGAR SEGURO




Un lugar seguro. En clase de yoga tocaba eso, encontrarlo, dibujarlo.

Primero he pensado en un iglú. Sí. Frío, desangelado, en medio de la nada, con una comunidad de vecinos abandonados a las inclemencias de un clima muy puto y al alcohol y/o a la caza de ballenas para sobrevivir/divertirse. El nórdico de plumas forrado de piel de foca pesa toneladas, los arenques y los tiburones en conserva apestan permanentemente la estancia y, por más que la idea me resultara romántica, odio no saber si es de noche o de día al despertarme. Eliminado.

Una habitación blanquísima como recién pintada, sin muebles ni ventanas, sólo yo y mis pensamientos dentro. Agobio extremo, un poco de luz natural, por favor, qué pasa en el mundo, coñe, que soy cotilla. Estas paredes aburren y me escucho con eco hablando sola. La bombilla de bajo consumo tintinea en el techo y me recuerda a una pantalla sintonizando Canal + codificado. Descartado.

En tercer lugar una suerte de biblioteca de la que tengo imagen, olor y tacto aunque no existe de momento, o no la conozco. Hay un sofá viejo pero limpio de pelos de animal y de polvo, una lumbre chiquitita con troncos que aún hacen llama, una lámpara que parece antigua pero podría ser del Ikea Demodè, una alfombra feísima de color verde que cubre casi toda la sala, una librería gigantesca que va del suelo al techo a lo largo de dos de las paredes de la sala y que huele a gloria -a libro viejo leído y releído, a páginas pasadas con el dedo humedecido tras un lengüetazo breve, a esquinas dobladas, a subrayados- Hay también una ventana vieja que no cierra bien por la que constato que sigue siendo de día y que debe ser enero, invierno (esto lo adivino por la luz) Veo papeles y bolis repartidos al tuntún, usados con poca fortuna pero sin asomo de tristeza o frustración. Este lugar sabe a café y a infusiones de vainilla. No parece que habiten otras personas en él aunque un teléfono viejo, de los de meter el dedo y girar la ruedecilla de números, me hace pensar que la comunicación con el mundo exterior es una opción, si quiero. En la despensa hay arroz, legumbres en bote de cristal, huevos frescos, un bote de colacao, una lata de café, harina, sal, azúcar, frascos de especias y algunos encurtidos -chorizos, fuets, morcillas- colgando de un clavo medio oxidado. Escucho cómo crujen las vigas, a los pájaros dándose las buenas noches de rama a rama, la cafetera anunciando que ya ha dado a luz y a mí misma tarareando a volumen variable lo que me rota a cada rato.

Mi lugar seguro no se alquila pero hay llaves bajo el macetero de la entrada para las visitas que saben si se puede o no pasar sin preguntar siquiera. En mi lugar seguro no hay espacio para el cabreo ni charcos en el baño ni hormigas en la repisa ni vecinos que se acuestan con las gallinas ni enemigos de ningún tipo ni llegan noticias que me alteren ni falta papel del water.

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