viernes, 29 de abril de 2011

HARTAZGO

Has trabajado varios días continuados, más de ocho horas por día, con una dedicación que supera el 100% de tu tiempo. No has tenido conversaciones memorables ni has vivido noches apasionantes ni has disfrutado de momentos de esos que llaman inolvidables.

Has intentado ser buena persona, ayudar a quien lo necesitaba antes incluso de que te lo pidieran, antes de que se manifestara la necesidad. No has tenido grandes recompensas, sólo algunas sonrisas y unas pocas dudas.

Te has mordido la lengua y no has preguntado, ni has dado por el culo con chuminadas que nacen de tu inseguridad. Tampoco has jodido a nadie aunque había quien se lo merecía. Te has mantenido firme en lo posible, lo justo de distancia, lo más objetiva que podías ser. Has evitado el conflicto, la discusión. Has pactado, has cedido, has claudicado con tal de evitar el choque.


Viernes noche. Son las 22.46. Nada de lo anterior ha servido para hacerte sentir bien, ni siquiera mejor, tampoco menos mal. El martes siguió al miércoles, el jueves al anterior y te has plantado en el final del viernes exactamente igual que estabas hace siete días, catorce, veintiuno... Las matemáticas no molan pero son claras y directas.


¿Qué esperas de la vida, de los años, de las semanas, de los días, de las horas? Justamente lo opuesto a lo que has conseguido. Se busca la tranquilidad de espíritu, la calma, el sosiego, la plenitud... Pero aparece el hartazgo.


Estar hart@ es como estar contracturad@, un rollo casi psicosomático que nace en la mente y se refleja en el cuerpo. Acabas harto de algo por repetición, por el suma y sigue en un cabeza, por la perspectiva de agobio casi anterior a que se dé, por la seguridad de que nada cambiará, de que volverás a estar ahí, de que el resto actuará de la misma manera, de que eres Sísifo y en la piedra cabe todo.



Me cabreo conmigo misma cuando vuelvo a decirme que todo está bien, que no tengo motivos para quejarme, que si hablo claro es porque así me va mejor... cuando es mentira.

Me fastidia que me tanguen. No quiero oír más promesas estúpidas que sólo son promesas para mí y que el resto suelta como si fueran una de esas frases inútiles tipo "Llámame y nos vemos". Literalmente siento ganas de potar cuando alguien verbaliza nimiedades, especialmente si en ellas se propone un plan que me incluye a mí. Odio que alguien se imagine que a mí me resulta fácil dar la cara o poner la cara por la otredad, sea del número que sea. Me indigna hablar con quienes deberían saber de qué hablo y qué significa lo que digo y darme cuenta al minuto X de que ni tienen idea ni ganas de saber. Me da envidia que aquellos en los que confío dediquen su tiempo a cosas peregrinas. Me cabrea ser el puto último mono para todos y, sobre todo, para mí.


Hay mucha gente más inteligente que yo, más lista, más guapa, más flaca, más interesante, más divertida, más experimentada, más racional, más tranquila, más paciente, más sensual, más, más, más, más, más y más TODO. Y estoy harta de las comparaciones... Y estoy harta de no ganar nunca... Y estoy hasta el mismísimo de seguir en el mismo p... punto.



Esta sería la conversación que mi yo y mi otro yo mantendrían.
A1- Hola, me llamo X.
A2- El hartazgo es mío.


El hartazgo surge cuando uno necesita mimos y el otro le habla de alcachofas por enésima vez en un tiempo insignificante y anodino.

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