
Vaya morro que le echan algunos al tema.. La máter me suelta que no tengo vergüenza por no ir a verla en estas dos semanas de vacaciones, renegando de su vástaga primogénita, que soy yo, hasta que me hincha las narices y ataco yo, que tampoco soy muda.
La puta que parió a los perros, y a la gente que se aburre y mata el tiempo arreglando vidas ajenas de boquilla, y a los que ven Gran Hermano y bazofias por el estilo y se imaginan que eso es la vida, que eso es lo que sus cuervos harán, lo que piensan, como son, los problemas de la realidad, sin preguntar, oír, visitar, ver, comprobar in situ, y a la peña agonías que siempre se pone en lo peor y agobia con los fantasmas que se le cruzan sin que despegue el puto culo del asiento ni moverse un centímetro en su cabezonería chunga, y a los cobardes que buscan echarle la culpa a otro de su mierda de existencia, y a los relojes que dan la hora como quien da una orden, y a los calendarios que cuentan los días como les da la real gana.
Sesenta y nueve no es un número porno, son los días que he esperado hasta hoy a que mi progenitora se bajara del burro y se quitara las chuminadas de la cabeza y se olvidara de que tiene boca y se diera cuenta de que no necesito su puta opinión sino que me escuche y se calle y viniera hasta mi casa sin reniegos y me diera un abrazo. Sesenta y nueve. Yo sigo contando días -uno de estos sin acritud- y ella seguirá hablando con las sombras, contándoles lo malísima y egoísta que soy.
A la pregunta de ¿Y por qué no has venido a verme tú a mí estas semanas? me responde, la muy arrrgggg que ella tiene que cuidar de la perra de mi hermana y no se puede ausentar. Y la perra es un animal doméstico, no mi hermana. La puta que parió a las excusas baratas también.
Sesenta y nueve. Los días, que sumados a mis casi casi treinta años, he tardado en averiguar que puedo sostener una cuchara en la nariz sin que nadie me enseñara. La genética está sobrevalorada.
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