viernes, 7 de agosto de 2009

un poquito de por favor

Un poquito de por favor, soltó "X" al ver a "Y" llegar con mucho pesimismo y algunos kilos (de menos en este caso).



"Y" cargaba con un cabreo considerable. No era un enfado cualquiera sino que apuntaba a lo más hondo, a lo más profundo de "Y", al centro mismo de la letra. "X" no tenía ganas de discutir pero sí que las tenía de sentir, es más, se sentía "X" no letra sino piel, fina y llena de poros por los que saldrían, tarde o temprano, los excesos de su carácter.



"X", o "Y", no queda claro en ninguna de las fuentes consultadas quién de los dos fue el responsable, tuvo un momento de calma en el que hizo inventario de todo aquello que tenía peso y obtuvo un resultado más que postivo, un número que se sobrepasaba a sí mismo, o sea, a su positivo número, a la más optimista de sus predicciones, incluso se acercaba al número utópico de sus cavilaciones una vez restados todos los desplantes y desconfianzas. Así fue como "X" o "Y", según la bibliografía que uno considere más veraz, volvió a rascarse los bolsillos y a apostar todo al rojo, que era el color que más le convencía en ese momento de entre los que se ofertaban.



"X" o "Y", no importa quién de ellos, no comieron perdices, ni siquiera vivieron felices a partir de ese punto de la historia pero eso, poco, poquísimo, importaba porque era la suya y ya estaban hartos de hacer las cosas por hacer, de estar dominados por la desidia, de dejarse caer día sí día también en la rutina más insulsa, más ordinaria, más pordiosera. Así que uno dio el paso y otro lo siguió, como en los cuentos iceberg en los que sólo se ve la punta pero se adivina el resto. Y nadie se perdió, o no se dijo, en detalles estúpidos ni en reniegos veraniegos, ni se interrogó a los presentes buscando culpables, ni se echó mano del rencor ni del miedo para utilizarlos como bastones en el caminar diario, ni se buscó una duda para dar sombra al sol que salía fácilmente, cada mañana, y se ocultaba sin apenas cansancio, cada noche, qué cabrón, qué simple todo, aquel verano...

... Aquel verano en que se hablaba con acento extranjero, se sentía culpabilidad y fragilidad a partes casi iguales y se odiaba a Italia entera sin pensar en sus bondades, desde un sólo flanco guerrero, peleón y cabreado momentáneamente.






Como toda historia esta tampoco carece de variante subalterna. Cuando "X", o "Y" apareció, "Y"o "X" ni tenía la pose adecuada ni se sentía capaz de imitarla así que lo mandaron todo a la mierda y cada uno siguió a su rollo mirándose el ombligo pero sin acritud hacia el resto de género humano. Entonces sí comieron perdices cada cual en su historia y sin ser vivo sobre el que vomitar, verter, vaciar, descargar tanta mierda a lo largo de sus vidas. Y aunque no fueran felices no había excusa real posible para justificar haberla cagado tanto con el otro ni consigo mismo. Y por eso engullían felicidad ajena a dos carrillos y absorvían experiencias del extrarradio como propias, para no pensar en lo que fue ni en lo que debería haber sido, para no avanzar en procesión por las calles de cualquier ciudad beata con el látigo en la mano, para conseguir estar por el momento, si no felices, por lo menos tranquilos con su conciencia.



Y así tocaron las once en el campanar más cercano. Todos oían las campanadas de la iglesia -todos los no sordos-. Algunos, bastantes más de los que constaban en las estadísticas, se hicieron los suecos (en masculino como genérico) y unos poquillos pusieron la oreja y aguardaron. Nadie que escuche un campanario en movimiento se queda parado en pensamiento, ni antes ni después. Nadie que esté en desacuerdo con la afirmación previa mantendrá su anonimato.



Y a este final súmale otros cinco probables, un poco de cada tapa, un pellizquito de cada plato, y multiplícalo por cien diversidades de estado según la capacidad de situaciones que seas capaz de digerir y de las variantes posibles adecuadas a cada una de las opciones resultantes y tendrás una puta historia completa sin interrogantes ni suspense ni ná de ná por mejor que esté escrito este final y sus sucedáneos.





Eliminando de la ecuación las estadísticas más extremas se encontraron ambos, "X" y "Y", en una disyuntuva peor que los más putos de los silogismos. O eran los dos paupérrimos en su querencia o su querencia era paupérrima. O estaban felices con su tristura o estaban tristes con su felicidad. O estaban solos en su cercanía o estaban cerca en su soledad. Etc., etc., etc.,...

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