viernes, 7 de agosto de 2009

moscas








Las moscas están pesadísimas. Va a llover.



Yo también estoy pesadísima... Haré lo propio.




Estamos en esa hora de perros y lobos... Ayer fue luna llena, ¿cuántas probabilidades hay de que no me transforme?



Calor pegajoso. Xafogor. Embota la mente y hace costoso el caminar.




Yo sólo informo, dijo aquel corresponsal de guerra más tarde, al terminar su crónica en directo y máxima audiencia. Y todos los soldados, aún sudados,se rieron del chiste. Y uno de ellos metió un trozo de periódico en el cuello de su botella medio vacía, en la que se había metido una mosca pegajosa, tocacojones y bastante molesta. Y otro tuvo ganas de hacer lo mismo, y miró al primero. Se pasa uno la vida matando tontos, dijo uno sintiéndose observado, y la putada es que son muchos. Nuevas hornadas de moscas, indignadísimas, fueron a aplaudir su comentario moscofóbico. Así nos va, zumbó una desde la lejanía.



La mosca en la botella luchaba contra la amenaza de caer o mojarse las alas en el líquido amarillento del fondo, chocando una y otra vez con el papel durísimo que hacía de tapón. Se posó un segundo en él para analizarlo. Puta suerte, tres días de vida y paso el último así, con la de cosas que hay que ver por ahí. Esto no puede acabar así, pensó la mosca cautiva.


Horas después llegó, como siempre el último y a deshora, el soldado mensajero. Sus compañeros, fuera de servicio, sin ni siquiera un ojo abierto por si las moscas, roncaban y babeaban a partes iguales esparcidos, tirados de cualquier forma, sin consideración alguna por la estética. Rastreó nuestro tercer soldado la superfície de la mesa e hizo acopio de las últimas reservas de alcohol que quedaban, no le importaba a él, el tercer soldado de nuestra historia, si se trataba de un culillo de whisky o de media botella de vodzka. Saciada la sed más inmediata destapó una botella cuyo corcho era un guiñapo de papel y dejó que el líquido llenara su boca y hasta su garganta antes de tragárselo y vaciarla al completo.



La última gota le supo a gloria. Se sentía lleno, como si se hubiera comido un cabrito al horno o una paella de las que hacen historia. Y así la mosca, nuestra mosca, entró a formar parte de la historia. Sin despedirse, sin mosquear a nadie, ni sentir a una compañera detrás de alguna de sus orejas.



Y que le pregunte a Millás el que no entienda nada. Y luego ya, si lo ha conseguido, que me consulte a mí y me dé su número de teléfono, o su dirección, o lo que sea.

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