lunes, 26 de noviembre de 2007

SUMA Y SIGUE

Acepto lo de sumar años a mi espalda con los mismos recursos que gasto cuando veo que pasan las horas y no me duermo; un día me hago la valiente y aprovecho la noche, otro dibujo a Dolly en las arrugas de mi jeto y mato el rato lanzándole dardos, otro cogiéndome una Wolldamm y bebiéndomela de un trago...

De peque disfrutaba ese día. Elegía el menú y la cena, podía ver la tele todo lo que quisiera, me liberaban de las tareas domésticas... era la reina de casa. Lo que peor llevaba era lo de recibir regalos. Me gustara o no siempre ponía cara de pócker y toda la familia se unía -pa eso sí, cabrones- y preguntaba al infinito ¿Te gusta? ¿De verdad? Y nunca se me ha dado bien mentir.

En realidad mi madre era la culpable de mi estado de shock perpétuo. Escondía los regalos y ataba un hilo a cada uno de ellos y ponía tarjetitas para orientarme que tenía que leer en voz alta -qué didáctica, la jodía- así que me podía pasar horas dale que dale, subiéndome a una silla para regristar la parte alta de las estanterías y armarios, desentrañando madejas de lana, hasta reunir todo el botín de guerra en el comedor.

Me acuerdo de un año en que yo había pedido una biciclete. Tenía una pequeña, con la que había aprendido a hacer el kamikaze en los descampados con mis vecinos -skins en potencia- y de tantas ostias y de tantos charcos estaba que se caía a pedazos. Al salir del lavabo grande en el que había esperado a que mi madre terminara de montar su chiringuito vi, al otro lado del pasillo, la silueta inconfundible de ¡mi nueva bici! y salí corriendo rompiendo contra mi cuerpo infantil todo el laberinto de hilos cual vencedor en la maratón o político inaugurando una obra. Mi madre no movió ni una pestaña cuando quité el papel de regalo y me encontré con mi bici vieja... pero limpia. Creo que nunca he tenido las córneas tan abiertas.

- Cariño... ¿te gusta?
- Sí
- ¿De verdad?
- Sí
- Es que no tenemos mucho dinero... ya sabes que el papa ha cambiado de trabajo y... Bueno, pero no pongas esa cara que te hemos comprado algunos detallitos... Venga, a ver si te gustan.

Tuvo la decencia de evitarme la penosa búsqueda y me dejó seis paquetitos en la mesita del comedor. Despegaba el celo con una angustia tremenda. Unos pendientes. "Somos pobres". Un par de libros. "Estudiaré y conseguiré sacar a esta familia adelante". Un despertador. "¿Será una indirecta para que trabaje? ¿Pueden trabajar los niños?" Una regla metálica. "¿Y si no consigo aprobar el examen de matemáticas?" Una caja de lápices Alpino. "Dios mío, no los gastaré nunca". Unos calcetines. "Somos muy pobres".

Se me caían las mocos pero intentaba sonreír y mi madre se partía la caja de risa con mi mueca estúpida. De camino a mi antiguo refugio, el lavabo pequeño, me pidió que fuera al recibidor a abrir a mis abuelos. "Y ahora el pijama oriental y la bufanda en la que mi abuela se ha dejado la poca vista que tiene" Pero no, claro, lo que estaba allí era mi bici nueva, preciosa y gigante. Qué hija de puta mi madre. Y luego dice que no tiene culpa de mis traumas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que sigas con esto es lo mejor. Llego a casa y me encuentro con un masaje virtual entre palabras.
Muchas felicidades guapa!!!

Anónimo dijo...

jejeje bueno por lo menos al final tuviste bici nueva (podría haber sido peor). Mi padre cada cumpleaños me regalaba un libro. Hasta que un año, ya era yo mayor, llegó a la conclusión de que él no podía entender qué libros me iban a gustar y dejó de regalármelos. Creo que nunca más me ha vuelto a regalar libros. Supongo que en realidad, sería el libro que mas ilusión me haría. Conclusión final: pon un trauma en tu vida.