martes, 1 de octubre de 2019

WERNER y el amor desperdiciado.

Hay un tipo que vuelve cada vez que puede a la escuela en la que curro. En el último par de años ha ido y venido más veces de las que puedo contar con los dedos de una mano.

Nunca he sido oficialmente su profe pero hemos estado juntos en clase varias veces, varios días seguidos. Recuerdo, por ejemplo, la primera vez: estábamos en el aula Raval y él estaba sentado frente a mí. A mi lado izquierdo estaba Beat (suizo) y a mi derecha una chica estadounidense de la que no recuerdo el nombre y, a su lado, Katelyn (no sé si escribo bien su nombre pero fue compañera de Marwan, era fan de las jirafas y adorable de principio a fin)

Como os decía, ahí conocí a Werner. Luego nos hemos cruzado mil veces, especialmente fuera de clase, porque los dos somos madrugadores y me encuentro con que está en mi clase cuando yo llego 30 minutos antes de que empiece o lo mismo al terminar.

La cosa es que ayer, como siempre, yo llegué pronto a preparar mi aula y me lo encontré tecleando en su portátil, con varios libros abiertos, muy concentrado. Educadamente le di los buenos días y él me respondió casi sin mirarme. Cuando ya salía a la terraza me preguntó mi nombre. Punzada en el corazón. Él lo notó y se disculpó. Yo bajé a hacerme otro café para animarme.

Cuatro tramos de escaleras dan para muchas preguntas: ¿Por qué no te acuerdas de mi puto nombre y yo sí del tuyo? Si hay mogollón de estudiantes y sólo un puñado de profes, ¿no debería ser al revés la situación? ¿Tan olvidable soy? ¿Mis clases durante los últimos dos años han sido tan meh que ni te acuerdas de cómo cojones me llamo?


Y una, que es persona y anda cansada últimamente por la cantidad de curro, se siente pequeñita nivel invisible. A la misma se le cruza por la cabeza la idea de que ha sido un amor desperdiciado. Yo recuerdo los brindis en la distancia de los lunes él con la sangría de Liesbeth y yo con mi americano con hielo, los saludos constantes a diario siempre que ha estado aquí, las conversaciones sobre el wifi, los planes después de clase, las dificultades con una lengua nueva.... y él no se acuerda de mi nombre.

Pensaba sobre esto anoche, un pelín frustrada pero manteniendo el espíritu profesional. Esta mañana nos hemos cruzado en la entrada y como siempre nos hemos dado los buenos días. Ha repetido dos veces mi nombre al  final del saludo, alto y claro, sólo le faltaba colgarme flechas y exclamaciones. No me queda otra que perdonar y celebrar que, por fin, existo. No hay amor desperdiciado si dos tiene buena voluntad. ¿No?




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