domingo, 7 de septiembre de 2014

Panzarriba



La llamaban Panzarriba, de nombre Gata.

Acostumbraba a ser un animal afable, se podría decir -de cerca- que era casi un bicho cariñoso. La mayor parte del tiempo se dejaba pasar la mano por el lomo, disfrutaba rozándose entre las pantorrillas del típico grupo de amigos sentados a la mesa y bufaba, a veces, flojito, cuando alguien pretendía que se quedara demasiado tiempo en su regazo ronroneando.


Gata Panzarriba adoraba jugar y, todavía más, la idea ética del juego. Lo del fair play lo entendió como te enseña un buen zapatillazo de tu madre el día en el que, por fin, descubrió que la lucecita roja a la que perseguía provenía de una maquinita endiablada oculta en una mano y, claro, entonces ya dejó de hacerle gracia la puta pantomima.


La Gata Panzarriba entendió pronto que "Incondicional" era una canción pasable y poco más. Necesitó, eso sí, muchas de sus vidas para acabar considerando como muy probable que otros se contaran veinte cuando movía con el rabo su alfil.







La llamaban Gata Panzarriba porque cuando se caía, se defendía con uñas y dientes... y porque era torpe -tirando a muy muy torpe- y se caía mucho más que la media estatal.

Panzarriba se lame las zarpas después de una refriega. Pasa una vez y otra la lengua por sus uñas rotas porque no alcanza a salivarse lo que le duele, se acicala las orejas magulladas, comprueba que tiene los colmillos afilados, en su sitio, y hace mentalmente una lista detallada en la que quedan rigurosamente anotados los ovillos del lugar y sus propietarios.

Se mesa los bigotes mientras mete peones y fichas azules en una misma cajita.



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