lunes, 20 de octubre de 2008

BOLETAIRE DE CIUDAD




Mucho mapa y mucha leche y al final me lanzo a la aventura, a la búsqueda de Codorniu, sin un puto nombre en la boca, sin saber la calle, ni la zona, ni el apellido de mi alumno, ni nada. Un ratazo caminando, tanto que casi me salgo de Esplugues, y otros tantos minutos desandando el camino hasta que me siento en un banco , llamo a la desesperada a mi jefa y me da permiso para coger un taxi que me lleve a las oficinas "que él ya sabrá dónde está, no te preocupes, mujer" y yo cuelgo pensando que nunca he tenido mucha fe en ese colectivo y acosando con la mirada a una rubia de bote con lo suyo morenote que avanza parsimoniosamente portando varias bolsas con botellas de la compañía y se para a tres metros exactos de mi lugar de reposo. En frente de la Nestlé, ¿tanto costaba decirlo? No, venga, vamos a contar concesionarios de coches y gasolineras en el camino. Total, mira tú, me queda más de media hora para entrar así que voy a dedicarme al deporte de la observación.



En esta zona hay, sobre todo sobre todo, muchos coches, edificios feísimos y gente que no sé de dónde huevos sale ni adónde va pero que tiene que pasar obligatoriamente por el reducto insignificante donde estoy apostada, motivo por el cual no puedo ni cruzar las piernas para no provocar atropellos o, en el mejor de los casos, retenciones de tráfico.



Teoría 1. Lo de la crisis en el sector automoción no tiene tanto que ver con la crisis económica sino con que la gente ya se ha comprado tantos coches como le cabían en su garaje y en el extrarradio de la ciudad. Mi estadística a pie de carretera (a un escaso metro de ella) muestra que en nueve de cada diez coches va el conductor simplemente acompañado por la típica mosca que se te cuela al abrir la portezuela y que, a su vez, no tiene automóvil porque no dio la casualidad de que se colara en un banco hace un tiempo y pidiera un crédito.



Teoría 2 o cabezonería. Las cosas deberían ser como te las imaginas, ni más ni menos. Yo esperaba una masía rústica con reforma interior y un guarda a la entrada que me enseñaría las bodegas mientras espero y me regalaría un par de botellitas en agradeciemiento por haber viajado hasta el culo del mundo, pero no. La entrada está desierta, ni un portero ni un botones ni un ejecutivo. Un gracioso decidió hacer experimentos con la colocación aleatoria de los botones numerados del ascensor que debes buscar mirando a izquierda, derecha y centro... Estoo... ¿era necesaria tanta creatividad?



En el segundo piso la recepción está habitada por un sesentón que me pide los datos antes de darme una tarjeta de plástico atada a un cordel plateado que pretende que me ate al cuello como medida disuasoria para que no arramble con toda la información privilegiada que se cuece en los salones revestidos de madera del interior al que, ahora ya sí, puedo acceder. Amablemente me invita a sentarme mientras mi pupilo termina sus quehaceres laborales. Cojo el QUO y leo observada por él. Pasan 4 ó 5 personas así que me entero de que el Sr. Francesc, que así se llama, tiene el poder de entender a la Sra. de la limpieza -yo no entiendo ni jota, parece que tenga un zapato en la boca, no sé si me ha dicho hola o me ha mentado a la madre-, que le encantan los callos y otras exquisiteces semejantes (increíble el monólogo de diez minutos con tono seductor y varonil, casi susurrado, en el que el amigo ha nombrado un manjar tras otro, deleitándose, intercalando varias veces la afirmación "yo me lo como todo todo" con tono de perro cachondo... si cuando dicen que en el trabajo es donde más se folla... ), que el abuelo se defiende mejor que yo en inglés y que no se fía de mí ni un poquito porque cada vez que desaparece cierra las puertas de cristal automáticas con un mando a distancia y me mira de refilón.



Después de una hora el Sr. Francesc me dice que la reunión de mi estudiante es muy importante y me ofrece, el muy salao, un vaso de agua. Justo a tiempo, cuando ya estoy saliendo para comprobar que en el cartel no pone Fontvella ni Lanjarón, aparece, por fin, James, inglesísimo y con cara de cansancio. El Sr. Francesc no tiene neuronas suficientes para memorizar todo lo que mañana será la comidilla de la planta: que me ha dado dos besos, se ha disculpado mil veces y me ha anulado la clase, en resumen, con un lo siento, con lo lejos que estamos, espero verte el lunes próximo, guapa, que te vaya bien...



Recojo mis papeles y desaparezco arrastrándome hasta el autobus. Qué día más largo, coño. Viva Freixenet.

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