lunes, 15 de junio de 2020

PaYaso


La y griega mayúscula es primordial, es lo que le da tono a la palabra, lo que la convierte en un insulto y lo que la diferencia de una profesión.

Todos hemos sido paYasos en algún momento. No estábamos siendo graciosos, no llevábamos una nariz roja de plástico, no teníamos puta intención de comedia. Éramos patéticos y teníamos de payasos al uso, como máximo, los mofletes colorados. Como mucho. Clareana llamaba así a Rompepistas (Kiko Amat). Merecido. Solo -personaje de D. Trueba- era otro paYaso disfrazado de hippie filosófico cutrón. Merecidísimo, mal que me pese. No se puede hacer el capullo día tras día y pretender alabanzas.

¿Quién no la ha cagado a lo bestia alguna vez? ¿Quién no ha deseado tener una flor en la solapa que eliminara cómicamente la visión y el recuerdo de nuestra actuación patética? No aplaudáis, amigos, que estamos a mitad de espectáculo y queda medio feo. La pregunta es, ¿cuántas veces nos hemos ido a dormir felizmente después de mostrar nuestra faceta de paYas@? Cero o casi cero. Con suerte, un@ duerme lo que puede y se levanta -eso sí- abochornad@.


O yo tengo el mes cruzado, o hay una convención de paYasos en la ciudad, o son como putos Gremlins y la lluvia de estos días no está ayudando. Que no cunda el pánico, miraos las narices y alejaos de las bromas sin gracia y de los zapatones. Luego, si tal, ya hablamos.

(Sacado de los borradores de esta pandemia)









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