jueves, 28 de agosto de 2008

DELICIOSO SUICIDIO EN GRUPO




... A veces tomaban un poco de vino, se sentaban en el embarcadero con sus cañas de pescar y se quedaban contemplando el lago Humalajärvi. Al coronel Kemppainen le extrañaba la derrochadora manera de consumir alcohol de Rellonen: una vez bebidos dos tercios de la botella, le volvía a poner el corcho celosamente y, si daba la casualidad de que el viento soplaba desde la orilla, tiraba la botella al lago. Ésta flotaba de costado hasta alcanzar, antes o después, la orilla opuesta. Se trataba de un viaje de varios kilómetros y ni siquiera el remitente del alcohólico mensaje podía saber con seguridad adónde arribaría.

- Casi todos los dueños de las casa de por aquí hacen lo mismo. Se ha convertido en una costumbre, dejar un tercio del contenido de la botella y luego ponerla en circulación -le explicó el director.

El coronel seguía sin entender el porqué de semejante derroche. ¿A qué venía tirar botellas al agua, con lo caro que estaba el alcohol en Finlandia?
Rellonen dijo que se trataba de una vieja forma de comunicación que a todos les gustaba. Alguien había empezado, tal vez de forma accidental, unos años antes. La primera botella con su carga etílica llegó flotando hasta su embarcadero siete años atrás: coñac Charante de excelente calidad. Había aparecido oportunamente una mañana de agosto para ayudarle a aliviar las molestias de una resaca. En cuanto abrieron las licorerías Onni saldó su deuda con el lago. De vez en cuando -cada vez más a menudo en los últimos años- llegaban botellas a su orilla. La costumbre se había extendido poco a poco a todo el lago, pero era algo de lo que no se hablaba. Era el secreto mudo de los veraneantes del lugar.


- El verano pasado repesqué tres botellas de jerez y, todavía un poco antes de que el lago se congelase, una de vodka y otra de aguardiente de cebada. Estaban tan llenas que apenas si podían mantenerse a flote. Es la clase de cosas que a uno le calientan el corazón. Te pones a pensar que, en algún lugar, en otra orilla, existe un alma gemela, un amigo generoso con el coñac, o tal vez un borrachín aficionado al vodka, que se acuerda de sus desconocidos prójimos del otro lado de las aguas.


"Delicioso suicidio en grupo", Arto Paasilinna