jueves, 21 de agosto de 2014

SECOND SPACE



Usamos poco el verbo zambullirse -pienso con la nariz todavía pegada a la pantalla del e-book braceando un pelín para coger aire y salir de él- Venga, cobarde, tira, seguro que no está tan helada como parece.

Da más miedo -mucho más- la página siguiente que la tormenta que amenaza con joderme el Kindle. De esas veces que las palabras se te meten dentro y hace frío como si la sintaxis fuera tuya y no tiene nada que ver que estés en bikini escuchando cómo se acerca el diluvio. ¿Sabes eso de las casualidades?¿Lo de que te lleve todo a un mismo punto? Sepia es el color del día, y este es el espíritu para mañana.



Callejear como siempre y encontrarte de frente un Pegasus.

"Una gestiona lo cotidiano más o menos bien hasta que se te llena la cabeza de sueños. Hasta que se te enamoran las entrañas. Y entonces irrumpe la luz salvaje y te deslumbra y, por primera vez, la ves. Al menos ella funciona así. Le ha vuelto a pasar y todo se va al demonio, rápido, girando como un planeta loco". "Yo fui Johnny Thunders", de Carlos Zanón.


Cambiaría "demonio" por "carajo" y recomendaría una dieta blanda, ya puestos. Insisto: usamos muy poco el verbo zambullirse.



Cortesía de The Fiery Piano. ¡Viva Suecia! 

martes, 19 de agosto de 2014

EL PLAN


Debería estar trabajando y, también, debería estar de vacaciones... y, claro, así me va, que ni me concentro ni me relajo del todo, en ningún caso.

A mí, no se me puede dejar pensar. Lo mejor de mí, creo, sale cuando estoy en una situación en la que no hay tiempo que perder, en la que sólo vale la reacción casi instantánea. Por eso me siento cómoda con las preguntas directas que no admiten evasión. Por eso el resultado de ponerme entre la espada y la pared suele ser un acierto, y quien dice espada, dice labios, y quien dice pared, dice mejilla, por ejemplo, entendiéndose la primera opción como una ruptura de la tensión, un desenlace, y lo segundo como una seguridad que no se tambalea. Siempre espadas. El rincón, qué buen lugar para crecerse.

"El plan es que no hay plan" será el puto mantra de la semana.
Alé, otro día más.

jueves, 7 de agosto de 2014

QUEDAR vs QUEDARSE



Probablemente la persona más importante en mi vida ha sido mi abuelo Diego porque él me enseñó, entre otras cosas, algo que me ha sido muy útil en mi profesión: la importancia de las palabras, su orden y su contexto.

De su época alemana conservó algunas cosillas. "No es lo mismo trabajar para vivir que vivir para trabajar", me decia en mis épocas del ECI, cuando le ponía como excusa para no ir a verlo más a menudo que estaba reventada por currar tanto.

- ¿Cómo se dice manzana en catalán? -me preguntaba.
- Poma. -y podría haber dicho "parrús" y él lo hubiera dado por bueno, pobre-.
- ¿Y en inglés?
- Apple.
- ¿Y en alemán?
- Parecido al inglés... No sé, ¿cómo?
- ¡AAApffffel! A ver, repite.
- Apfel.
- No, no, escucha... AAApffffel!! ¡Tienes que decirlo un poco enfadada!

Entonces yo era muy pequeña y, no es que desconfiara de él o de su criterio, es que pensaba, simplemente, que mi abuelo estaba un poco (o un muy) sordo y que le costaba escucharme. Lo entendí después, mucho más tarde, cuando ya ni estaba. Pero al final, ¡lo pillé!



De entre todas las caras con las que comparto espacio a diario últimamente voy a rescatar a tres:

    La primera cara es una sonrisa gigante y una risa constante que se esmera todo lo que puede y más por captar los giros y las bromas que le suelto. Sé que le resulta difícil porque venimos de mundos muy muy muy distintos pero también sé que, de alguna manera que todavía no comprendo, es capaz de detectar si algo es en serio o no y de leerme antes de que yo abra la boca, incluso aunque la abra. Me contagia buen rollo, me hace descojonarme a cada rato, consigue que le dé otra vuelta más a los pasados para que de una vez por todas los pueda entender. Se sienta siempre a mi lado.

    La segunda cara son un par de ojos azules de mirada lateral y una risa con sonido casi imperceptible que  hace lo imposible por demostrar lo que ha aprendido a cada instante, sin ceder al desaliento, siempre atenta. No tiene posición fija porque llega cuando le sale del nabo. Es obvio que venimos de culturas muy diferentes pero también es evidente que esa cara se siente casi cómoda en mi cultura, que le está pillando el tranquillo, que casi le tiene cogido el punto al idioma y al tempo... Me la imagino ahora mismo flipando con lo que lee, buscando en el puto Leo, escribiendo en su libreta las cuatro o cinco palabras nuevas con su traducción exacta al lado... y decorando la página con unos cuantos tachones, claro, que es del comité AntiGomas.

     La tercera cara se deja ver, como tal, poquito y para mí es casi siempre más texto que cara. Es una cara que quiere ser discreta, bastante tímida, que no lleva muy bien lo de ser el centro de atención y es, justo por eso, una contradicción con patas porque no hay manera de no quererla escuchar. No sé cómo lo hace pero, a veces, es dar la espalda un segundo al grupo y encontrarme su libreta en mi sitio. Deberíais leer su diario. Es una maravilla. Cuando escribe se deja llevar por el sentimiento y me resulta impresionante cómo entra en las profundidades de mi idioma y transforma una clase -sobre pasados, por ejemplo- en una poesía. Me siento afortunada de poder leer sus reflexiones, es como unos Reyes Magos a diario. Casi siempre lejos de mí, lo más opuesto a mi posición, en cualquier sitio donde pueda esconderse bien si lo considera necesario.


Estas tres caras tienen un montón de cosas en común, la verdad, pero lo voy a resumir en que son gente de quedar y de quedarse, o sea, personas con las que quieres quedar y tomarte una birra y, además, quieres que se queden, que estén cerca más tiempo, que te cuenten más cosas, que te enseñen ellas a ti cómo lo hacen para ser así, tan, tan, tan...

Vamos a empezar por el principio, no?






martes, 5 de agosto de 2014

IAN y el hombre de mi vida



Con lo joven que te imagino leyendo esto y, aún y así, la de veces que has debido de escuchar esa expresión, la mandanga de "El hombre de mi vida". Como si no aprendiéramos, niño... mándame unas cuantas piedras más con las que tropezar, eso de los niños con los cordones desatados que se van pegando lechugazos, lo de meterse en la piscina sin guardar un tiempo prudencial desde la última ingesta. Bah, leyendas urbanas.

Hablaba sobre este tema hace poco con un grupo de "raros" que me incluyen y llegábamos a la conclusión de que la tradición heredada pesa mogollón. Ya te lo confirmo, bicho, yo también he dicho que Fulanito era el hombre de mi vida. Varias veces. Sin ponerme ni medio colorada. Y me he comido piedras casi idénticas, y he tenido momentos bochornosos con los cordones y me he paseado por la playa dos horas mojándome solo las pantorrillas por si las moscas. La ignorancia es muy atrevida, Niño-Búho. Y muy poderosa.Y entra muy bien.


A mi edad, pequeño, puedo afirmar que tengo, como poco, dos hombres de mi vida. Cágate, DOS. Pues sí... y olé yo, ¿no? Es que uno escucha la mierda de frase y se pone en plan oso amoroso forever, pareja indestructible, amor verdadero salido de las entrañas de un becario de Disney. Y no, no va de eso.

Los hombres y mujeres de nuestra vida no saben del tiempo ni entienden de guiones pastelosos porque son personas que sacan lo mejor de ti y superan en positivo cualquier script previo. Me parece que es ese tipo de peña que te pone a prueba, de la de "No te gusta bailar pero vamos a mover el culo, nena, que lo haces de escándalo", o de la que te planta un micro para que superes tu miedo escénico o de la que te hace una pregunta insidiosa para que dejes de salvar la ropa de una puta vez, que ya toca, coño. Gente que lo hace cuando toca (ni antes ni después, el timing es muy importante), porque quiere (no va buscando palmaditas en la espalda), porque te quiere, cada vez, como sea, por ti y para ti. Discutir es opcional.


Los hombres de mi vida sois mi padre y tú.







sábado, 2 de agosto de 2014

IAN y la felicidad



Este sábado lo hemos pasado caseando y playeando. Ha sido bonito jugar contigo a saltar las olas para que no nos comieran los pies, curiosear qué pasa al otro lado de la puerta cuando la cierras y observas por la mirilla, practicar cómo hay que cerrar la boca cuando viene una ola grande, oler las verduras de plástico y cocinarlas de mentirijilla pero con mucho cuidado, hacer anillos de plastilina y regalárselos a tus papás, poner voces para imitarnos mientras nos partimos de risa, hablar muy flojito y decir tonterías, salir al balcón, pasear en triciclo por él, determinar mientras tanto si iba a llover o no sabiendo, ya de antemano, que daba igual, que es lo de menos.

El 95% del tiempo que paso contigo constato que eres feliz. Muy feliz. Se te nota cuando vamos haciendo el trenecito hasta la ducha, desparramando el agua salada de tu cubito de playa entre unos y otros, devolviendo a su sitio la ficha que hemos rescatado de debajo del armario de la tele (quién sabe cómo llegó ahí...), enfilando hacia la siesta en tu cama grande cogido de mi mano, metiéndote vegetales de trola en el calzoncillo (esto no lo haremos más, vale? culpa mía), lavándote las manos en el bidet y jugando con la espuma...

El Ian adulto que lee esto quizá ya se ha olvidado de lo feliz que se puede ser con cosas minúsculas. Ojalá no. A mí se me había olvidado que era facilísimo, pero ahora ya me he acordado, NiñoBúho. Prometo que yo te lo recordaré cuando te haga falta.


Hoy me has contado un secreto importantísimo y eso sin que sepas qué coño es un secreto. Yo te explicaré, poco a poco, de qué va el tema. Vamos a darnos un tiempín para procesar información, no vamos a adelantar historias porque, fíjate, hoy parecía que iba a llover y, al final, he vuelto como un cangrejito a casa.